2.22.2014

Sandra. 19.

"Welcome to Tijuana, tequila sexo marihuana. Bienvenida a tijuana, bienvenida a mi suerte, bienvenida a la muerte, por la Panamericana..."

Abrí un ojo con desgana, me sentía brutalmente entumecido. Miré a mi alrededor. Sonaba algo de música en un radiocassete negro de los 90, de los de doble cinta. Analicé la habitación. No era la mía, eso estaba claro. Tuve un breve pero pausado diálogo mental:



-Esto no es mi casa.
-Ya se que no es mi casa Hans, pero ¿dónde estamos?
-¿Nos hemos vuelto a mudar?

Silencio.

-Tío Hansi tienes una piva al lado
-Tú que tienes el ojo abierto dime si la conocemos.
-Me suena. Es rubia.
-Hmmmm.

Intenté hacer unas cuantas conexiones neuronales medianamente complejas para recordar donde quijotes estaba. Pensé en dormir de nuevo y delegar esa tarea a mi yo del futuro. De golpe, como si una epifanía anal fuera, salió de mi cuerpo un grotesco y poderoso pedo que me dejó la delicada piel del agujero del recto ardiente. Y entonces lo recordé.

-La couchsurfer.
-¿Quién?
-Que estás en Berlín, gilipollas.

Un centenar de flashes de la noche anterior me aturdieron durante unos segundos. Había música electrónica, lluvia, edificios grisáceos, mucha gente borracha, luces de colores, una rubia, pastillas de colores, unas tetas como bollitos de leche rebotando frente a mi cara. Me quedé atrapado en ese último pensamiento.

Haciendo un esfuerzo sobrehumano giré sobre mi cuerpo contuso y observé a mi compañera de lecho. Sí, era rubia. Y se percibían unos pechos como bollitos de leche bajo la melena que le caía salvaje sobre el torso.

-Creo que ayer follamos Hans.
-Pues bien ¿no?
-Supongo. Vamos a vomitar.
-Vamos.

Me incorporé de la cama, me arrastré hacia una puerta entreabierta que dejaba ver un retrete, y como si el Santo Grial fuera, lo abracé con todo mi espíritu y vomité todas mis tripas dentro.
Al rato, me eché algo de agua fría en la cara y me miré en el espejo. Terrorífico, dantesco.

Me senté a los pies de la cama, giré la cabeza y observé a la chica que yacía dormida. Estaba bastante seguro de que no estaba muerta, hacía ruiditos con la nariz. Bajo toda esa melena rubio cebada había una chica realmente guapa. Bajé un poco la sábana que la cubría. Una cintura fina, caderas marcadas, culo respingón, piernas vertiginosas y varias mariposas de diferentes colores y tamaños tatuadas desde el tobillo hasta el culo en una pierna. No estaba nada mal.
Mi misteriosa compañera de cama entreabrió los ojos. Solté la sábana.

-¿Qué haces? Duerme anda que es temprano. Luego vamos a desayunar.
-Ehh, si, si, perdona.

Me tumbé por cortesía, todavía desconcertado. Se movió y me puso la pierna sobre mis piernas, atrapándome. El roce de su piel me provocó una erección instantánea. Estiré mi brazo y la cogí del culo en un acto reflejo. Abrió un poco los ojos.

-¿Te diviertes? -me dijo con tono de curiosidad.

La miré a los ojos. Sus iris azules como aguas del trópico me acuchillaron en algún lugar desconocido de mi propio ser. Mi erección había tomado el control de mi voluntad. La cogí de la pierna y me tumbé sobre ella sin dejar de mirarla directamente a los ojos. Entreabrió la boca. Mi cara y su cara se acercaron, hasta que apenas dejamos unos milímetros entre la fina piel de sus rosados labios y los míos. Su respiración se aceleraba. Paseé mi mano derecha por su cuerpo desnudo. Su piel suave se erizó y pude notar sus pezones endurecerse contra mi pecho. Tragó saliva. Al abrir la boca, su respiración cálida llenó mi boca y la besé. Sus labios eran blandos, gruesos y delicados. Me abrazó y apretó sus manos en mi espalda. Esperé que me destrozase con las uñas sin compasión pero en lugar de ello, solo sentí sus yemas recorrerme desde el cuello hasta donde la espalda pierde el nombre en una caricia casi mística. Movió lentamente una pierna sin dejar de besarme y noté su ardiente vagina totalmente empapada rodeando mi pene en un abrazo primigenio que me cortó la respiración.

Su pronunciadísimo monte de Venus se clavaba contra mi pelvis. Fui penetrándola lentamente en una danza sensorial donde nuestras pieles se fundían en flujos y sudor. Me mordió el cuello y, a cada movimiento de cadera, ella mordía con más intensidad. Eyaculé en un clímax mixto entre sublimación de los sentidos y profundo dolor. Me dejé caer a un lado, intentando recuperar el aliento.

Me llevé la mano al cuello, estaba sangrando. Miré a mi compañera, tenía los ojos cerrados y una expresión inenarrable de paz en su rostro. Su melena caía empapada sobre la almohada. Parecía una náyade arrancada de un arroyo sereno, postrada ante mi arrebato sexual.

Cerré los ojos y dejé que mi yo del futuro se encargase de averiguar quién era aquella muchacha y qué hacía yo allí.

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