2.28.2014

Rocío. 18

Entraba la noche de uno más de esos días insulsos en mi minúsculo apartamento destartalado de la costa Barese. No terminaba de tener claro qué hacía allí. En un principio me vine por un chocho, pero el chocho se fue y yo seguía ahí, viviendo el sueño terroni.

Había encontrado un trabajucho como camarero en el restaurante de un hotel pegado al mar. Me hacía gracia el uniforme demigrante de chaleco y pajarita que nos hacían llevar. El jefe, Gino, era uno de esos pequeños cabrones explotadores con una estabilidad mental inexistente. Te podía abrazar diciendo que eras el mejor camarero que había pasado por allí mientras te prometía casas, camellos, barcos y prostitutas persas; o darte con la bandeja en la cabeza llamándote spagnolo dei cazzo seguido de una ristra de blasfemias sin parangón. Me caía bien, supongo que entre desequilibrados nos entendemos.

Mi vida por aquella época se reducía a trabajar como un cabrón, nadar, dormir, comer y masturbarme. Descubrí rápidamente que acostarme con otras camareras no era una buena idea. Eso me ponía en una situación complicada, pues al trabajar tantas horas y tantos días mi relación social se reducía a los trabajadores del restaurante.

Pasaba algunas de las noches solitarias en una red social española de corte feminazi decorada en rosa donde las fantas recibían un nombre mucho más mágico. Una de esas noches contacté con una chica valenciana. Intercambiamos unos cuantos mensajes casi normales. Ella era actriz, le dije que todas las actrices estaban locas y eran medio putas, pero que como escritor putero y desequilibrado no podía juzgarla. Pidió leer mi mierda pseudoerótica. Nos intercambiamos los teléfonos y entonces por arte de birlibirloque recibo una foto de unos pechos descomunales en mi móvil.

-Interesante.
-Me ha puesto cerdísima tu historia de la niña que te folló y desapareció luego.
-Mira que parecías una buena chica al principio. ¿También quieres follarme y desaparecer?
-¿Te gustan mis tetas?
-Me las podría comer, si.
-¿Y después?
-Rocío por favor.

Me pasó una historia erótica de su creación en la que se follaba a un recién conocido del supermercado en el ascensor de su casa. Carecía de sentido alguno pero lo cierto es que me puso la polla durísima.

-Felicidades Rocío, ahora tengo una tremenda erección. ¿Qué piensas hacer al respecto?
-No se cómo me pone tan cachonda que me llames por mi nombre. Tengo sueño, ven, arrópame. También puedes follarme.

Seguimos hablando durante un par de semanas. En una de las conversaciones, escribiendo con la mano izquierda mientras me castigaba el glande, le dije:

-Cuando te vengas quiero que me la chupes mirándome a los ojos, que me pone.
-¿Cuando vaya? Eso es un poco difícil. ¿Qué le digo a mi madre? "Oye que me voy a Italia a conocer a un chico que no se qué tiene que hace que quiera que me penetre, vuelvo en una semana"
-¿Una semana? Vas fuerte. Tres días. También puedes decirle que te van a follar en un balcón agarrada a la barandilla mirando al adriático. 
-Solo si te dejas la pajarita puesta.
-Hecho.

Dos semanas más tarde, Rocío, sus enormes tetas y su impulsividad de adolescente aterrizaban en Bari un abrasador Jueves de Agosto.

El taxi de Rocío la dejó a eso de las 6 de la tarde en la parte antigua de la ciudad. Nos encontramos en la plaza frente a la Basilica de San Nicolás, rodeados de ruidosa gente amarilla haciendo fotos extasiados.

Rocío en directo era al menos dos tallas más gorda de lo que aparentaba en fotos, pero eso ni era sorpresa ni me importaba demasiado, como buen aventurero fornicamórbidas que soy. Sus tetas eran demenciales. Tenía unos labios increíblemente gordos que junto a su piel morena me recordaron por un minuto a Rosa. Tuve un pequeño infarto. Nos saludamos con dos besos. Su piel era suave y olía a coco. Pensé que sería una blasfemia follármela ahí mismo frente a la casa de Dios, así que reprimí mis instintos primarios durante semanas insatisfechos y me limité a echarle una mirada violadora. Se puso algo roja, a fin de cuentas, se le notaba que no estaba acostumbrada a hacer este tipo de locuras.

Atravesamos el entramado laberíntico de callejuelas de la Bari Vecchia hasta mi apartamento. Por el camino fuimos hablando de todo y nada, mientras ella soltaba los nervios del momento y yo hacía como que aquello era lo más normal del mundo. Subimos a mi cuchitril y ella dejó su escaso equipaje sobre mi cama. Me pidió que le enseñase la ciudad.

-Venga, vámonos antes de que veas la pajarita que la tengo tirada con el resto del uniforme junto al balcón y si la ves ya no vas a ver nada más en toda la noche.

Me gusta joder con las mentes de las guarras. Hacer como DiCaprio en Origen y meterles una idea en sus pequeñas mentes calenturientas como si fuera suya propia.

Rocío miró con curiosidad a la ventana. Se puso de pié, cogió la pajarita y la sostuvo durante unos segundos en sus manos. Pude ver como se mordía el labio. Me acerqué a ella, la cogí de la cadera.

-¿Nos vamos a tomar algo o vas a quedarte ahí poniéndote cachonda imaginando cosas?

Se tiró directa a mi boca. Tenía unos labios increíbles. Suaves, gordos, acolchados y calientes. No podía dejar de recordarme a Rosa. Nos besamos durante un buen rato, recostándonos sobre un sillón viejo de cuero. El sillón crujió, quejándose. Rocío me cogió la mano y la metió en sus shorts. Solo hay una clase de chica que lleve shorts en verano sin ropa interior.

Me empujó y caí sobre la cama, clavándome su mochila en la espalda. Me destrozó.

-¿Qué cojones llevas en la mochila, espadas toledanas?

Se rió. Sacó la mochila de debajo de mi espalda. La dejó en el suelo haciendo un sonido metálico que me mosqueó. Empezó a soltarme los botones del pantalón, mirándome fijamente a los ojos con una expresión de lujuria infinita.

-Si supieras la cara que estás poniendo... -me dijo.
-La cara de que te voy a reventar.
-Menos lobos, igual te reviento yo a ti.

Pensé en el ruido metálico de la mochila. Me debatí mentalmente.

-Hansi, te va a cortar en pedacitos y te va a comer. Mira lo gorda que está.
-Calla imbécil, no me asustes.
-En serio, mírala. Cuántas tetas. Eso no se alimenta solo.
-¿Qué coño llevará en la mochila?
-Seguro que es una dominatrix.

-¿Qué coño llevas en la mochila Rocío? -dije saliendo de mi estúpido diálogo mental.
-Impaciente...

Me bajó los pantalones hasta los tobillos, me puso una mano en los ojos y sacó algo tintineante de la mochila.

-Relájate -me dijo al oído poniéndome una mano sobre el paquete.

Antes de que me diera tiempo a pensar siquiera en relajación alguna, tenía las dos muñecas enganchadas por unas esposas al cabecero de madera de la cama.

-¿Así que era eso? Si vas a sacarme los riñones que sepas que los tengo hechos mierda de beber Moretti.
-Lo que te voy a sacar es la leche.

No pensé que lo dijera tan en serio. Cogió mi polla y se la metió lentamente en la boca. Milímetro a milímetro notaba como sus ardientes labios me deshacían como un caramelo de carne erecta. Empezó a hacerme cosas imposibles con la lengua. Yo notaba al menos tres o cuatro lenguas bailar sobre mi glande, brujería.

Se sentó sobre mis piernas y se quitó la poca ropa que le quedaba. Bajó hasta mi cara y me dijo:

-El diecisiete es mi número de la suerte.

Y con un movimiento de cadera se metió toda mi polla en su ardiente y empapada vagina. Intenté pensar en el sentido de aquella frase pero no había ni una sola gota de sangre que mandar a mi cerebro. Cerré los ojos y dejé que me violase. Rocío continuó haciéndome su baile de cadera. La oí rebuscar algo en la mochila. Me vendó los ojos y luego me ató ambos pies entre si. Me sentí como un pedazo de carne con pene violado por una tetona desconocida.

¡Slash! Algo me dio un latigazo horrible en el pecho.

-¡Joder qué ha sido eso!
-Relájate.

Noté otro latigazo terrible y un montón de aceite derramarse sobre mi pecho. Estaba ardiendo.

-Es solo mi cuerda. Se llama Diecisiete.

Y entonces empezó a fostiarme con su puta cuerda diecisiete por el pecho y la cara sin dejar de follarme a lo bestia. Quería zafarme de aquella somanta de hostias pero entre su peso y lo cachondo que estaba no tenía fuerzas. Entonces me rodeó el cuello con su cuerda, hizo un movimiento inhumano con la pelvis y me corrí a punto de ahogarme. Imaginé que me moría y la escena de mi casera entrando a mi casa a ver qué apestaba y que me viera ahí desnudo medio podrido atado de pies y manos y con mi pene mortificado en tremenda erección.

Me quedé grogui. Cuando pude recuperar la respiración, dije con un hilo de voz:

-Maldita loca, casi me matas.

Pero Rocío ya se había marchado. Conseguí quitarme la venda y eché un ojo a mi habitación. Genial, no solo me había dejado desnudo, esposado a la cama y lleno de aceite como una sardina. También me había robado la cartera.

Todo lo que pude pensar fue "Nadie me va a creer cuando lo cuente"

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