1.16.2014

Rebeca. 16.

Era una noche primaveral de viernes de las que el cuerpo te pide guerra. Hice un par de llamadas mientras cenaba. Los tres de siempre andaban con otros planes, pero uno me dijo "a la mierda brod, vámonos esta noche a la Perra".

Y eso hicimos, a eso de las 12 estábamos sentados en una de las destartaladas mesas de la Perra con una jarra de sangría con absenta frente a nosotros. Javi lo llama el cóctel cagafuegos. Es un nombre que le hace bastante justicia.

Estábamos calentando cuando vi entrar por la puerta de la Perra a Carlos, un colgado que conocí de viaje por Berlín. Juntos nos pegamos algunas de las fiestas más apoteósicas que recuerdo. Mucho M, lucecitas de colores, música electrónica, perras alemanas... Mis ojos no daban crédito.


-¿Carlos?

Me miró extrañado. Entonces abrió mucho los ojos y dijo:

-¡HAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAANSSSSSSSSSSS!
-¿Qué haces aquí tio? ¿Tú no eras de Barcelona?
-Me he mudado tío, me he echado una novia aquí -me dijo.
-Hostia mi pésame, aquí solo hay putonacas.

Nos descojonamos mientras nos contamos unas cuantas gilipolleces. Iba con la mencionada novia, dos amigas y dos amigos. Juntamos unas cuantas mesas y pidieron unos litros.

Su grupo de amigos era una bonita colección de gente rara. Uno que decía haber aprendido japonés tras pasar dos años encerrado en su casa, otro que llevaba un peluche gigante de Ironman al hombro y le daba besitos cada dos minutos, la novia, gorda hasta para mí, y las dos amigas de la novia. Una esquelética con una cara de mala hostia de esas que dices "va a hablar contigo tu puta madre" y Rebeca.

Rebeca era bajita, muy mona, con la cara redondita con pecas y unos labios con mucha curva, una boquita de dibujos. A mi las pecas, las pelirrojas y las tetas gordas me nublan el jucio. El día que conozca a una con el combo completo probablemente acabe en la cárcel. 

Estuvimos un rato jugando al duro, lanzándonos hielos y vacilándonos. Rebeca entraba siempre al trapo. Me miraba fijamente a los ojos sonriendo. Mi colega me dio un codazo cuando fuimos a la barra a por otro cubo de cóctel cagafuegos.

-La niña pide guerra. ¿Cómo lo haces? 
-Sudándomela. Cuanto más me la suda más puedo hacer el tonto. Al final nosotros siempre acabamos con putas y ellas con tontos. La supervivencia de la especie hermano.
-Vamos enfermo, a ver qué pasa.

Volvimos a la mesa, nos picamos el último cubo a la velocidad del rayo y fuimos al 7Guitars, un local donde ponían rock del bueno.

Los chupitos empezaron a volar y Rebeca se me enganchó como un rumanito pedigüeño, reclamando mi atención cada 10 segundos. Mi colega le metía fichas a la escuálida como un ludópata en Las Vegas.

-Jo, oye  ¿y cuántos años dices que tienes?
-Pues creo que unos cuantos más que tú, tú tienes 16 ¿verdad?
-Bueno, los cumplo en dos meses realmente.

Se me debió de notar en la cara que mi conciencia me pedía alejarme de aquello. Diez añazos menor que yo. Ella se puso un poco roja y me dijo:

-Pero que eso da igual, ¿no?
-Mujer, todo es verlo.

No podía evitarlo, aquellas pecas y esa carita dulce estaban a punto de hacerme quebrantar los últimos principios morales que me quedaban. Había algo no obstante en su forma de hablarme que me daba a entender que unas cuantas pollas habían desfilado entre sus piernas. Me acogí a ese pensamiento para no sentirme tan mal por lo que iba a hacer.

Nos tomamos un cubata a medias y nos besamos. La jodida niña tenía un arte inesperado para besar. 

"¿Y si la chupa igual de bien?" Pensé para mí mismo. Un escalofrío me recorrió la espalda y me encogió el ano. La agarré del culo con ambas manos y la apreté contra mí. Llevaba mallas de esas de apenas unos milímetros de grosor y me estaba poniendo taquicárdico. Rebeca se lanzó a mi cuello. Miré por encima de su hombro a mi colega.

"Corta, corta" le vi decirme con cara de auténtica preocupación.

Separé gentilmente a Rebeca dándole una cachetada en el culo.

-Voy a por un cubata tú -le dije dándole un mordisco en el cuello.

Me acerqué a mi colega.

-¿Qué pasa tío?
-¿Ese de rojo no es colega de tu novia?
-Mierda y Cristo joder. ¿Me ha visto?
-Ni de coña, acaba de entrar. ¿Te la vas a pinchar?
-Pues ahora que me acabas de recordar que tengo novia ya no lo se -le dije un poco perturbado.

Salí del 7Guitars a tomar el aire, dentro la atmósfera era asfixiante y necesitaba un minuto de claridad.

Saqué el teléfono y busqué en la agenda a María.

-Tuuuut, tuuuuut, tuuuut ---¿Hans?
-Hola María, ¿Estabas dormida?
-No, en realidad te iba a llamar... Como me has dejado solita esta noche...

Entonces lo vi claro. María estaba loca. Siempre lo había estado. Me llamaba todas las putas noches que salía de fiesta para darme pena. Unos días estaba malita, otros solita, otros reglosa, otros había hablado con su amiguísimo Alberto, quien por vez número un millón le había propuesto percutir mientras yo andaba de parranda, pero ella le había dicho que no, que estaba enamorada. Ya. Otras veces se había peleado con su hermano y necesitaba desahogarse, otras le picaba el coño y esperaba que cogiese el coche hasta su pueblo para ir y rascárselo, idependientemente de cuántos litros de sangre en alcohol tuviera. Para lo loca que estaba no estaba tan buena. 

-Oye María, mira esta mierda no funciona y me tienes negro jodiéndome la moral cada vez que salgo de fiesta. Puedes tirarte a Alberto de una puta vez. 
-¿Qué? ¿Eres gilipollas o qué te pasa?
-Yo un gilipollas y tú una loca. 
-Pues que sepas que ya me he follado a Alberto más de una vez.
-Novedad.

Colgué. El portero del 7Guitars me miró con una cara rara. 

-Todas putas hermano.
-Todas tío -Me lo dijo con tal tono de resignación que me dio lástima. 

Entré de nuevo, agarré a Rebeca y la saqué de allí. Mi colega me miró con su cara de "espero reporte completo mañana por la mañana". Nos guiñamos el ojo y sali del 7 dirección a mi casa.

-¿Qué ha pasado Hans?
-Nada guapa, estaba chequeando si mi compañero de piso estaba de fiesta en casa o no.
-¿Y está?
-Nein.

Me miró con cara de cervatilla salvaje. No me preguntéis qué cara es esa. Sólo se que con lo borracho que iba estuve a punto de tomarla furiosamente en mitad de la maldita calle contra un coche cualquiera. Llegamos por fin a mi casa. El trayecto de los cuatro pisos de escaleras fue un espectáculo de pornoequilibrismo. Al llegar al primer piso, su camiseta había pasado a ser diadema. Se me montó de un salto. Doy gracias a Dios por mis rocosas piernas que me permitieron cargarla los pisos restantes. Para cuando llegamos al segundo, mi espalda era un mapa del tesoro marcado en sangre. Al llegar al tercero la apoyé contra la pared y me solté la cremallera del vaquero. Al fin llegamos a mi puerta, ella bajó y se puso a morderse las uñas mirándome desesperada. Así no había cristo que acertase con la puta llave.

Entramos, cerré de un portazo y abrí la puerta de mi cuarto. Rebeca entró y se quitó la ropa en apenas unos segundos, me agarró de la camiseta y me dejé tirar a la cama.

Que fuera tan salvaje me reconfortaba. Cuando me quise dar cuenta estaba totalmente desnudo con Raquel jugando con mi polla. 

-Me la voy a comer enterita, ¿Vale?

Resoplé. Qué le iba yo a decir si esa era su voluntad.

-Pero no te dejes ni un poco. 

Jesús bendito de todos los amores. ¿Os he contado cómo chupan la polla las gordas? Aficionadas al lado de Rebeca La chupaba tan bien que me recordó a una ex que tuve años atrás. Con el pedo la llamé por ese nombre varias veces. Creo que no se dio cuenta.

Saqué un condón de la cartera y ella me lo quitó de las manos a la velocidad de la luz. Me mosqueé, no me gustan las perras que juegan con fuego. La miré inquisitivamente. Ella sacó tranquilamente el condón del envoltorio, me lo puso en la punta y me lo bajó con la boca. En mi vida me habían deleitado con un arte tan refinado como ese. Me dejé hacer. Quería ver hasta dónde podía sorprenderme.

Se montó encima y comenzó a mover las caderas rítmicamente, haciendo círculos, con sus manos en mi ombligo. No tenía muchas tetas, pero su culo era impresionante. Al rato, me pasó la pierna por encima de la cara y se quedo sentada sobre mi pene dándome la espalda. Empezó a hacer cosas inhumanas con una flexibilidad asombrosa. Cerré los ojos. Sentía cada milímetro de piel de mi pene siendo abrazado por su apretadísima vagina. Apenas pasados unos segundos, estando casi en un trance eroticosensorial, eyaculé con la potencia de un tanque. La agarré de las caderas para que cesara en su movimiento y no desñoclarla contra el techo. Estaba fuera de combate.

Se tumbó a mi lado y nos dormimos como leones. A la mañana siguiente desperté solo, con una pequeña nota de papel con un número de teléfono junto a mi cara como única compañía en la cama.

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